" Cada año, cuando comenzaba el curso escolar, nos preguntábamos cómo serían nuestros nuevos profesores, si responderían a lo que nos habían contado de ellos, para bien o para mal, o cuánto de aburridas o interesantes serían sus clases.
De una forma u otra dejaron su impronta: desataron vocaciones, provocaron fobias, demostraron su vocación educadora o dejaron constancia de su incompetencia. Seguramente también nosotros dejamos nuestra huella en ellos en forma de nostalgia, de fracaso o de satisfacción por un trabajo bien hecho.
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La labor de un educador va mucho más allá de impartir unas determinadas materias o exigir unos resultados académicos. Cumplir con un temario permanentemente sometido a las veleidades del gobierno de turno es un mínimo no un fin en sí mismo. El objetivo es conseguir que los educandos se conviertan en personas libres e independientes, con capacidad de analizar, juzgar y concluir con criterio y espíritu crítico, a salvo de manipulaciones, seguidismos o modas.
Cierto es que la realidad y la ficción no están necesariamente unidas; pero no por ello debemos dejar de aspirar a la excelencia que nos ha mostrado la literatura o el cine.
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